El Sancocho de Doña Nicolasa
Un día Doña Nicolasa tuvo una gran idea para que toda su familia
mejorara su situación económica, pensó: ¿y si hago un gran
sancocho y lo reparto entre mis 10 hijitos para que ellos los
intercambien por todo lo que necesiten?. Acto seguido, Doña Nicolasa
se puso a hacer un tremendo sancocho, al que le puso de todo: tres
kilos de carne, diez kilos de pollo, muchísima verdura y los aliños
más frecos y abundantes (¡ah! Y no olvidó ponerle muchas mazorcas
de maíz).
Luego de todo esto, reunió a sus 10 hijitos y les dijo: hijitos,
aquí tienen diez platos de sancocho para cada uno de ustedes,
cámbienlos por todo lo que les haga falta y sean cuidadosos de que
no les den menos de lo que merecen por cada plato de este tremendo
sancocho.
Y de esta forma, los hijitos de Doña Nicolasa se fueron por ahí
intercambiando por platos del maravilloso sancocho de su madre, todo
lo que necesitaban. Las demás personas estaban muy contentas porque
aquel sancocho estaba muy bien resuelto y además era de un excelente
sabor.
Al día siguiente Doña Nicolasa se puso a hacer su famoso
sancocho para distribuirlo entre sus hijitos, cuando de pronto
alguien tocó la puerta; se trataba de su hermana mayor a quien le
había llegado la noticia del sancocho de su hermana y había venido
a pedirle unos platos de sancocho para la madre y el padre de ambas,
puesto que estaban muy malitos de salud y tenían que comprar algunas
medicinas y otras cosas más.
Doña Nicolasa no sabía qué hacer ya que el poco dinero que
tenía sólo le alcanzaban para hacer 100 platos de sancocho que ya
estaban comprometidos para sus hijitos. Pero viendo la necesidad de
sus progenitores ideó una forma para prestarles la ayuda solicitada
y pensó: si le agrego diez platos de agua al sancocho, de seguro
nadie se dará cuenta y podré darle los diez platos de sancocho que
me pide mi hermana para mis padres.
Al principio la gente no notó mucho que le habían agragado más
agua al sancocho. Pero a casa de Doña Nicolasa, ahora estaban
llegando muchos más familiares y hasta vecinos, para pedirle que por
favor les diera unos cuantos platos de sancocho para resolver sus
necesidades.
Pero la gente que antes recibía de muy buen ánimo aquellos
platos de sancocho, comenzó a darse cuenta de que cada vez les hacía
falta comer más platos de sancocho para poder satisfacer su hambre y
fue entonces cuando comenzaron a exijir más platos de sancocho, a
cambio de lo que ellos daban o hacían.
Fue así como antes lo que costaba un plato de sancocho, ahora
costaba diez platos y entonces los hijitos de Doña Nicolasa se
fueron a quejar con ella, a lo que ella les respondió: no se
preocupen hijitos; mañana les daré en vez de diez platos, ¡cien
platos! Y los hijitos de Doña Nicolasa saltaron de júbilo porque
ahora tendrían muchos más platos de sancocho para resolver sus
necesidades.
Pero cuando fueron a intercambiar los platos de sancocho por todo
lo que necesitaban, se dieron cuenta de algo: las personas a las que
les iban a cambiar los platos de sancocho, ahora les pedían más
platos de sancocho por las cosas que ellos daban o hacían.
Los hijitos fueron de nuevo a quejarse con Doña Nicolasa y ésta,
en vez de reconocer que estaba adulterando su, ya no tan, famoso
sancocho, les dijo a sus hijitos que todo aquello era producto de la
envidia de quienes no sabían hacer sancocho y que reclamaran un
intercambio justo por sus platos de sancocho.
La fama adquirida por Doña Nicolasa le permitió convertirse en
la jefa de aquella aldea y de esta forma fue distribuyendo su
sancocho a todos los habitantes, de manera que el sancocho se
convirtió en la forma establecida para intercambiar todo lo que se
daba o se hacía.
Mucho de los habitantes de aquella aldea, craían ciegamente en la
capacidad de Doña Nicolasa para ayudarlos a todos a estar bien, pero
habían muchos otros que entendían que al hecharle agua al sancocho
se estaba perjudicando a toda la aldea y trataron de hacerselo saber
a Doña Nicolasa. Pero ella no atendía razones de otros; la fama se
le había subido a la cabeza y en verdad creía que era infalible y
que lo que estaba haciendo era lo correcto.
Mucha gente decidió irse de la aldea porque no le gustaba la sopa
tan aguada (sí, ya no era un sancocho, ya se trataba sólo de una
sopa) y de esta forma ya sólo quedaron en la aldea los que dependían
de la sopa para vivir y todos aquellos que se beneficiaban vendiendo
los ingredientes para hacer la sopa, así como de su distribución y
de todas las cosas que se daban o se hacían a cambio de ésta.
Y fue así como ya nadie quiso ir más a visitar a aquella aldea,
donde la sopa era tan aguada y sus habitantes vivían haciendo
larguísimas colas para poder obtener algunos platos de sopa aguada
para luego irlos a intercambiar por lo que fuere que les dieran por
ellos.
¿Por qué a nadie de esa aldea se le ocurría hacer su propio
sancocho? Era todo un misterio, parecía que todos se habían
acostumbrado sólo a recibir y a servir, pero nadie a producir. Al
punto que era más facil para ellos perder la mitad de sus vidas
haciendo larguísimas colas tratando de conseguir alguna que otra
cosa de las que necesitaban, que aprender a hacerla o sembrarlas.
Lo más cumbre es que año tras año, todos volvían a elegir a
Doña Nicolasa como la jefa de la aldea, esperando que ella les
aumentara la cantidad de platos de sopa, para ellos seguir en sus
colas…
La pregunta que queda en el aire es: ¿quién le pone la cola a
Doña Nicolasa? O ¿quién la manda pa’ la cola...?
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