sábado, 4 de noviembre de 2017

El Sancocho de Doña Nicolasa


El Sancocho de Doña Nicolasa


Un día Doña Nicolasa tuvo una gran idea para que toda su familia mejorara su situación económica, pensó: ¿y si hago un gran sancocho y lo reparto entre mis 10 hijitos para que ellos los intercambien por todo lo que necesiten?. Acto seguido, Doña Nicolasa se puso a hacer un tremendo sancocho, al que le puso de todo: tres kilos de carne, diez kilos de pollo, muchísima verdura y los aliños más frecos y abundantes (¡ah! Y no olvidó ponerle muchas mazorcas de maíz).

Luego de todo esto, reunió a sus 10 hijitos y les dijo: hijitos, aquí tienen diez platos de sancocho para cada uno de ustedes, cámbienlos por todo lo que les haga falta y sean cuidadosos de que no les den menos de lo que merecen por cada plato de este tremendo sancocho.

Y de esta forma, los hijitos de Doña Nicolasa se fueron por ahí intercambiando por platos del maravilloso sancocho de su madre, todo lo que necesitaban. Las demás personas estaban muy contentas porque aquel sancocho estaba muy bien resuelto y además era de un excelente sabor.
Al día siguiente Doña Nicolasa se puso a hacer su famoso sancocho para distribuirlo entre sus hijitos, cuando de pronto alguien tocó la puerta; se trataba de su hermana mayor a quien le había llegado la noticia del sancocho de su hermana y había venido a pedirle unos platos de sancocho para la madre y el padre de ambas, puesto que estaban muy malitos de salud y tenían que comprar algunas medicinas y otras cosas más.
Doña Nicolasa no sabía qué hacer ya que el poco dinero que tenía sólo le alcanzaban para hacer 100 platos de sancocho que ya estaban comprometidos para sus hijitos. Pero viendo la necesidad de sus progenitores ideó una forma para prestarles la ayuda solicitada y pensó: si le agrego diez platos de agua al sancocho, de seguro nadie se dará cuenta y podré darle los diez platos de sancocho que me pide mi hermana para mis padres.

Al principio la gente no notó mucho que le habían agragado más agua al sancocho. Pero a casa de Doña Nicolasa, ahora estaban llegando muchos más familiares y hasta vecinos, para pedirle que por favor les diera unos cuantos platos de sancocho para resolver sus necesidades.

Pero la gente que antes recibía de muy buen ánimo aquellos platos de sancocho, comenzó a darse cuenta de que cada vez les hacía falta comer más platos de sancocho para poder satisfacer su hambre y fue entonces cuando comenzaron a exijir más platos de sancocho, a cambio de lo que ellos daban o hacían.

Fue así como antes lo que costaba un plato de sancocho, ahora costaba diez platos y entonces los hijitos de Doña Nicolasa se fueron a quejar con ella, a lo que ella les respondió: no se preocupen hijitos; mañana les daré en vez de diez platos, ¡cien platos! Y los hijitos de Doña Nicolasa saltaron de júbilo porque ahora tendrían muchos más platos de sancocho para resolver sus necesidades.

Pero cuando fueron a intercambiar los platos de sancocho por todo lo que necesitaban, se dieron cuenta de algo: las personas a las que les iban a cambiar los platos de sancocho, ahora les pedían más platos de sancocho por las cosas que ellos daban o hacían.

Los hijitos fueron de nuevo a quejarse con Doña Nicolasa y ésta, en vez de reconocer que estaba adulterando su, ya no tan, famoso sancocho, les dijo a sus hijitos que todo aquello era producto de la envidia de quienes no sabían hacer sancocho y que reclamaran un intercambio justo por sus platos de sancocho.

La fama adquirida por Doña Nicolasa le permitió convertirse en la jefa de aquella aldea y de esta forma fue distribuyendo su sancocho a todos los habitantes, de manera que el sancocho se convirtió en la forma establecida para intercambiar todo lo que se daba o se hacía.

Mucho de los habitantes de aquella aldea, craían ciegamente en la capacidad de Doña Nicolasa para ayudarlos a todos a estar bien, pero habían muchos otros que entendían que al hecharle agua al sancocho se estaba perjudicando a toda la aldea y trataron de hacerselo saber a Doña Nicolasa. Pero ella no atendía razones de otros; la fama se le había subido a la cabeza y en verdad creía que era infalible y que lo que estaba haciendo era lo correcto.
Mucha gente decidió irse de la aldea porque no le gustaba la sopa tan aguada (sí, ya no era un sancocho, ya se trataba sólo de una sopa) y de esta forma ya sólo quedaron en la aldea los que dependían de la sopa para vivir y todos aquellos que se beneficiaban vendiendo los ingredientes para hacer la sopa, así como de su distribución y de todas las cosas que se daban o se hacían a cambio de ésta.
Y fue así como ya nadie quiso ir más a visitar a aquella aldea, donde la sopa era tan aguada y sus habitantes vivían haciendo larguísimas colas para poder obtener algunos platos de sopa aguada para luego irlos a intercambiar por lo que fuere que les dieran por ellos.
¿Por qué a nadie de esa aldea se le ocurría hacer su propio sancocho? Era todo un misterio, parecía que todos se habían acostumbrado sólo a recibir y a servir, pero nadie a producir. Al punto que era más facil para ellos perder la mitad de sus vidas haciendo larguísimas colas tratando de conseguir alguna que otra cosa de las que necesitaban, que aprender a hacerla o sembrarlas.
Lo más cumbre es que año tras año, todos volvían a elegir a Doña Nicolasa como la jefa de la aldea, esperando que ella les aumentara la cantidad de platos de sopa, para ellos seguir en sus colas…

La pregunta que queda en el aire es: ¿quién le pone la cola a Doña Nicolasa? O ¿quién la manda pa’ la cola...?

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